¿Qué tal compañeros? Por alusión
me dirijo primero a C. de Luis y a "Anónimo" que, de forma cálida y
afectuosa- se interesan por el testimonio de mi paso por nuestro Preventorio.
Haré lo que pueda por recordar sin olvidar que entonces contaba con tan sólo quince
años por lo que era tan inmadura, e incapaz de analizar aquella dura realidad,
como vosotros.
Mis vacaciones (por las que te
interesas), C. De Luis, han sido muy gratas, las he compartido con mis nietos
hasta que comenzó el curso escolar, esa es la razón de mi tardanza en
contestaros y, como no, encantada de que me tutees.
En su momento leí todas y cada
una de vuestra vivencias, reflejadas en el blog que dirige nuestro compañero
Scila. No salía de mi asombro al leeros, aquello que contabais no podía ser
cierto, si bien estaba de acuerdo con muchas de ellas, con otras rotundamente
no podía estarlo, por lo menos los niños que yo traté no pasaron por aquello. Creo recordar que fue a principio de 1960
cuando llegué al Preventorio de la mano de mi madre, con toda clase de
carencias y sin haber terminado mi enseñanza primaria, en busca de un futuro
mejor. Pasados unos meses como "invitada" en la Institución, pasé a
formar parte de la plantilla de trabajadores realizando todo tipo de trabajos,
incluso los más duros pese a mi edad. Transcurrido un tiempo me propusieron ser
guardadora de niños. El cambio era muy importante para mí, no lo dudé: acepté
de inmediato. Me enviaron al Sr. Instructor para que me informase debidamente
en qué consistiría mi nuevo trabajo. Estaba muy ilusionada, llevaba meses
viendo pasar a las cuidadoras, tan elegantes con su bonito uniforme, siempre
tan serias, y los niños tan disciplinados y bien formados, que no podía creer
que iba a convertirme en una de ellas.
Pues bien, la única formación que
recibí para hacerme cargo de 30 chavales- entre 6 y 12 años- fueron las
palabras del Instructor: “Lo único que usted tiene que hacer, mientras sea
cuidadora correturnos, es fijarse mucho y aprender de sus compañeras. Observe
como actúan ellas con los residentes y ya irá usted aprendiendo".
Aquí acabó, antes de comenzar, el
“cursillo” de formación. Eso fue todo lo
que se suponía debía saber. Ignoro si el resto de mis compañeras recibieron la
misma capacitación pero al menos eran, casi todas, mucho mayores que yo. Me
sorprendió recientemente escuchar a la que fue maestra en el Preventorio, en su
intervención telefónica en Antena-3, afirmar que ella era responsable de formar
a las cuidadoras para la delicada tarea de tutelar a los niños, jamás supe que
esa formación se llevase a cabo con nadie.
Sí recuerdo perfectamente que las
compañeras que accedieron al puesto de cuidadoras después de mí lo hicieron por
el mismo procedimiento. Durante todo el tiempo que fui guardadora, ni una sola
vez nos reunieron para hablar sobre los niños, sus problemas o necesidades. La
jornada en el Preventorio empezaba a las 8:00 y terminaba a las 21:00. Una vez
que los niños desayunaban y hacían las camas- aunque no era su obligación-
salían a "pasear" al bosque o a la playa- sí, sí, tal como lo contáis- hasta la hora de
comer. Finalizada la comida, hacían la siesta. Tras la siesta, siempre formados,
iban a la despensa para recoger la merienda. Luego el paseo de la tarde, y poco
más hasta la hora de la cena. No recuerdo que fueran todos los días a rezar el
rosario como algunos dicen recordar. Rara vez ibais a la escuela, no había biblioteca,
o yo no supe nunca dónde estaba si la había. Leíais vuestros tebeos, jugabais
con cromos o con las tabas. En invierno hacíais
pulseras de conchas para vuestras madres, bien en el pabellón o en el
solárium, sólo salíais del recinto poco antes de regresar a vuestras casas para
comprar regalos a vuestros familiares, o
si estabais enfermos y no se os podía tratar en la enfermería.
En el tiempo que yo estuve, como
acto lúdico, se hizo una representación teatral sobre zarzuela, también os
acompañé a un partido de fútbol al campo del Nastic y a una corrida de toros. Como
veis cosas poco atractivas para niños, tampoco visitasteis la hermosa Imperial
Tarraco, que seguro os habría encantado en versión infantil. Los padres casi
nunca os visitaban, no eran tiempos para gastos en viajes, tampoco recibíamos
visitas de los tarraconenses, creo que para ellos era un lugar incómodo por la
historia que arrastraba el Centro. A los trabajadores, cuando contábamos donde
estábamos, no se nos miraba con agrado, al menos así lo percibía yo.
Si os parece, en una próxima intervención, os
hablaré de lo que más os interesa: de mi visión del maltrato, la sed, las
deposiciones, los vómitos, los baños en la playa, el aseo en los pabellones, de
los viajes de ida y vuelta, de las retenciones de vuestras cosas personales...
Un abrazo sabinosos.
L. 25/09/2015
Quiero deciros, que al final hay que perdonar/se, hay que asumir y crearse un parche que nos sane interiormente, espero sinceramente que vuestras heridas sanasen en vuestra alma y tengáis una vida plena y llena de afectos. Y apoyo vuestro deseo de rescatar tanta injusticia, adelante.