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3/9/18

Una pequeña historia






Me llamo Miguel estuve en la savinosa el verano del 66-67, y 68. Recuerdo que lo que peor llevaba era la sed. Beber agua salada por las noches en el grifo del pabellón era insufrible y arriesgado, si me descubrían.

Nos duchaban las monjas con jabón de lagarto, éramos tan pequeños que nos decían que la colita servía para mirar, pero nosotros nos mirábamos y murmurábamos: sirve para otras cosas.

Una vez, un amigo mío estaba con fiebre en el comedor y devolvió la comida, le dieron una buena paliza y le obligaron a comerse lo devuelto.

Nos metían durante horas en una especie de plaza de toros y pasábamos todo el día en aquél sitio. Recuerdo que me asomaba por una ventana y por ella veía un acantilado y las olas. La comida era muy mala.

A mi me salían granos en las piernas y se me agarrotaban las piernas. Le escuché decir al médico que me vió que me dieran más y mejor de comer sino ocurriría lo peor. Se me saltan las lágrimas al recordar todo lo vivido en La Sabinosa. Les escribía a mis padres contando lo mal que lo pasaba pero, como luego supe, nunca llegaron tales cartas a sus manos.

Estos breves recuerdos son una denuncia para que nos levantemos todos los sabinosos y le contemos al mundo lo que allí pasaba. ¿Qué culpa teníamos nosotros para que nos tratasen de aquella manera?





















M. G. Jiménez - 30 agosto 2018.