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10/12/10

Agosto del 59


Bueno, sabinosos, aquí va una foto de agosto de 1959, si alguien se da por aludido pues que lo diga. Somos 28, más la Srta. que no tengo ni idea de cómo se llama, en realidad no sé cómo se llama nadie, salvo Jesús que publicó una foto junto a mi, sujetando ambos un banderín de corner del campo de fútbol, y se identificó, porque yo no lo recordaba en absoluto. De entonces recuerdo la famosa sémola, que con perdón de los hambrientos del mundo, nos parecía vomitiva, al punto de que más de una vez nos las ingeniábamos para apagar la luz el comedor y aprovechar para tirarla por la ventana. Estábamos mal nutridos pero aquello nos parecía un suplicio al paladar. 
Escribir que en aquella situación podíamos rechazar cualquier plato por su sabor o composición hoy más me produce vergüenza que otra cosa, así que tenemos que leerlo como reflejo de la inmadurez de un niño y sacar la conclusión que, aunque ha pasado medio siglo, los niños de hoy siguen siendo tan estúpidos como los de entonces, y no hemos conseguido hacerles entender que, aquellos platos que entonces tirábamos por la ventana, y hoy rechazan con otros métodos, serían una delicia para millones de niños y adultos que no tienen nada que comer. 
Como ya se ha escrito bastante acertadamente los malos tratos que padecimos con aquella disciplina carcelaria, no voy a insistir. Nosotros mismos éramos crueles entre nosotros para provocar que a un compañero se le castigara, por ejemplo, se le quitaba la almohada y se tiraba en medio del pasillo, y cuando la íbamos a recuperar se hacia ruido y aparecía la sargento de guardia para pillarte in fraganti, en pijama y fuera de tu cama, asunto grave. 
Castigo hasta las tantas de la madrugada en un cuarto con cucarachas como escarabajos de gordas, entre ellas siempre hablaban en catalán. En la foto veo a un compañero que se hacía unas pajas mayúsculas, pues por la sencilla razón que tenía la edad iniciática para masturbarse. Lo ideal habría sido que aquellas vigilantas nos las hubieran hecho ellas, como formación del machista espíritu nacional y de paso disfrutaran con el meneito, pues parecían estar amargadas las veinticuatro horas del día, en lugar de aparecer sigilosamente por la obligada espalda y pillar al compañero de turno con las manos en la polla (perdón por la ordinariez), para atárselas a los barrotes de la cama toda la noche, que es lo que hacían. 
Una tortura que hoy sería un escándalo en cualquier medio de comunicación y penado por la ley. Pasar todo el día sin nada que hacer ni estudiar, con una playa a la que no podíamos bajar, era un tedio. Creo que sólo pisé la playa dos o tres veces en tres meses y en una de ellas me hicieron aguadillas los compañeros mayores para someterme a su jerarquía de grupo. 
Ya digo que entre nosotros mismos nos fastidiábamos todo lo posible, así que padecimos una doble represión, por lo civil y por lo militar que se diría hoy. El cuidado césped del campo de fútbol sólo lo vi utilizado en sendos partidos de un equipo de la colonia contra otro de una colonia italiana que había por allí. Parecía un partido de selecciones, camisetas rojas y azules, de tan serio que se lo tomaban. 
Cuando se fugaba un chaval era vox populi, y así era frecuente saber que lo habían detenido en Reus, que era lo más lejos que llegaban  vía adelante. Una vez nos llevaron a ver al Nastic en su viejo campo, fuimos andando en fila y en zapatos, dejando las alpargatas en el pabellón. Allí aprendí a atarme los cordones de los zapatos pues si soltaban coscorrón al canto. Otra vez nos llevaron a ver Tarragona y su famoso mirador. Poca cosa en tres meses. 
El día que salimos de Atocha, en el tren Correo de Barcelona, como borregos, nos dieron un trozo de empanada por todo condumio. La noche previa al ansiado regreso destrozamos los colchones para quitarles la cuerda y poder ensartar los caracolillos que habíamos cogido en el monte haciendo collares de regalo a nuestros familiares. El alboroto por la felicidad de volver a otra miseria diferente nos impidió dormir, fue como un desmadre, sin que las vigilantas pudieran imponerse, asumido ya que nos íbamos y a esperar a otras víctimas. 
En fin, 50 años después tengo superado aquel trauma, pero seguirá firme en mis recuerdos como un tiempo deplorable, que llamo los años de plomo del franquismo. Yo era hijo de rojos, fusilados, encarcelados, discriminados y sometidos, de todo en mi familia.  Pero no nos engañemos, una Sabinosa sigue existiendo en muchos resquicios de la sociedad actual. No es necesario agruparnos para “sabinarnos” como antaño. 
No digo más, pues repito que subscribo absolutamente todo lo que otros compañeros han escrito de aquella nefasta experiencia. Y ¿qué me decís de los colegios de curas que cada día salen a la luz por las violaciones y abusos a menores? Al menos allí nadie nos dio por el culo,  y digo “el” para precisar, algo es algo. Un cordial saludo a todos. 


Luis Miguel.